jueves, abril 29, 2021

VOX: la única oposición electoral actualmente viable frente a la izquierda


 VOX: la única oposición electoral actualmente viable frente a la izquierda

No perderé el tiempo hablando de Ciudadanos.

El PP no es ni ha sido nunca oposición para la izquierda.

Ha sido y es competidor en la carrera por ocupar puestos de poder con las prebendas que reporta.

Pero el PP, cuando ha relevado a los socialistas en el gobierno, no ha derogado las leyes inmorales, persecutorias y sectarias del PSOE.

Leyes como las del aborto, violencia de género, memoria histórica. Leyes que promueven la ideología de género, el feminismo, las reivindicaciones LGTB, la discriminación lingüística en perjuicio del español, etc. Todas ellas han sido conservadas y aplicadas -cuando no agravadas- por el Partido Popular. Tanto con José María Aznar, como con Rajoy.

No solo eso, sino que El PP no se ha atrevido, o simplemente no ha querido, privar de subvenciones a las asociaciones que fomentan esas prácticas inicuas amparadas por la ley. Ni siquiera ha tenido la ocurrencia, el valor o el deseo de tratar de contrarrestar todo ello haciendo propaganda en sentido contrario. Por ejemplo, a favor de la vida del no nacido y del matrimonio.

El PP no ha tomado las medidas contundentes necesarias para erradicar la inmigración indiscriminada e ilegal. No sea que le llamen racista o xenófobo. Tampoco para acabar con la ocupación de viviendas y endurecer las penas contra todo tipo de delitos. No vaya a ser que les llamen fachas.

Ha cedido a los separatistas competencias que ni los mismos socialistas llegaron a otorgar. Pero no es de extrañar, porque el PP es entusiasta del régimen autonómico. No en vano las autonomías son magníficas agencias de colocación laboral de amigos y votantes cautivos.

El PP ha “resuelto” el gravísimo problema de la sedición catalanista, propiciando la vuelta al poder de los mismos partidos secesionistas promotores de la insurrección.

El PP, al igual que el PSOE, no ha reformado el poder judicial para que sea independiente. No ha dejado de subvencionar a los partidos, sindicatos y patronal. No ha reducido el gasto político.

El PP no es un enemigo para la izquierda porque no supone ningún obstáculo a la corruptora agenda ideológica social-comunista. Cuando la izquierda sustituye al PP en el poder no tiene más que retomar esa agenda donde la había dejado y seguir desarrollándola. Con la ventaja para ellos de que, mientras tanto, los efectos nocivos de sus depravaciones ideológicas han seguido calando en la sociedad porque el PP no ha hecho nada para evitarlo.

Ha tenido que surgir Vox para que la izquierda se muestre tal cual es: violenta y totalitaria.

Con el PP no era necesario. Lo tenían domesticado. La izquierda española sabe que el Partido Popular, al igual que ella, es lacayo servil de los mandamases del Nuevo Orden Mundial que trata de destruir el orden natural.

Pero Vox ha prometido que va a derogar todas las leyes social-comunistas que mantuvo el PP, desmantelar los “chiringuitos” de la izquierda, recortar el gasto político, reformar el sistema autonómico, controlar la inmigración, expulsar a los “okupas”, ser implacable con los delincuentes, ilegalizar a los separatistas, defender la soberanía española en Europa…

Vox ha prometido no solo frenar, sino desbaratar todas las “conquistas” de la izquierda y reconstruir una España con sentido patriótico, con sentido moral y con sentido común.

Y todo esto la izquierda no lo puede tolerar.

La izquierda sabe muy bien cuál es el adversario a abatir. Por eso las piedras en los mítines, las amenazas de ilegalización, los “cordones sanitarios”, la acusación de fascistas y terroristas peligrosos para la democracia y hasta para la vida de los “demócratas” no se dirigen al PP sino única y exclusivamente a Vox.

La izquierda lo tiene claro. Los que apoyan al PP para oponerse al triunfo de la izquierda, no. Pierden el tiempo y malgastan su voto. Si quieren detener y hacer retroceder la revolución social-comunista-separatista, ahora mismo la única alternativa viable es Vox.

 José María Permuy


lunes, abril 26, 2021

El voto a Vox de un patriota contrarrevolucionario

 

El voto a Vox de un patriota contrarrevolucionario

Gracias a Dios, soy católico, patriota y contrarrevolucionario.

Quiso el Señor que a lo largo de mi vida tuviera la gracia de ir conociendo libros, grupos y personas que han contribuido a formar mi pensamiento y consolidar mis creencias en ese sentido.

Me enamoré del pensamiento de José Antonio y ello me llevó a militar durante unos años en diversos movimientos falangistas.

Siendo falangista descubrí el pensamiento político contrarrevolucionario, español y extranjero, carlista y no carlista, y llegué a la conclusión de que -sin ser incompatible con mi adhesión a José Antonio, Onésimo o Arrese, que mantengo- es lo más coherente con la fe católica que profeso.

Por último, me di cuenta de que ambas influencias, la falangista y la tradicionalista fueron asumidas y armonizadas por mi admirado Blas Piñar, en un movimiento, Fuerza Nueva, que ha adoptado distintos nombres y ha dado lugar a iniciativas diversas, que tiene como referente los principios fundamentales del Movimiento Nacional acaudillado por el Generalísimo Franco y al cual me incorporé afiliándome a Alternativa Nacional desde sus inicios y colaborando actualmente con el Movimiento Católico Español.

Obviamente Vox no tiene como inspiración el ideario contrarrevolucionario, ni como referente a Fuerza Nueva.

Lo sé desde un principio. Por eso, al contrario que otros camaradas o correligionarios, nunca me ha decepcionado Vox. Porque no he confundido a Vox con algo que no es. Ni he esperado de Vox lo que no cabe esperar.

Mi meta en política es la reconquista de la Unidad Católica de España, la restauración de la Cristiandad, la instauración de la ciudad católica en el orbe entero.

A ello aspiro y por ello llevo luchando -y sigo en ello- en distintos frentes (eclesial, político, cultural) y desde asociaciones diversas.

Pero no es en unos comicios donde se va a decidir la consecución inmediata de esta meta. Porque a día de hoy no se dan, ni remotamente, las circunstancias para que en un plazo breve -y mucho menos en unas próximas elecciones- se pueda alcanzar.

Es una pena. Pero es la realidad.

En tanto en cuanto no me sea realmente posible, Dios no me pide que haga el máximo bien deseable. Pero sí me pide que haga el máximo bien que pueda en cada momento, sin dejar de luchar por hacer viable la consecución de bienes mayores en el futuro.

Si en este instante pudiera salvar a todos los niños que son abortados cada año, tendría la obligación moral de hacerlo. Pero si no puedo, porque de hecho carezco de capacidad para ello por más que lo desee, y sin embargo tengo la posibilidad de salvar un 90 % de esos niños, ¿cómo no hacerlo? Ello no quiere decir que no siga trabajando para que se dé una coyuntura que me permita llegar a la prohibición total del aborto. Pero mientras ello no suceda, debo salvar cuantas más vidas pueda aquí y ahora.

Entre salvar algunas vidas de niños inocentes por medio de una ley mala, pero más restrictiva -como propone Vox- y seguir dejando que mueran todos los no nacidos abortados bajo las leyes vigentes, no puedo preferir que mueran todos. Se ha hecho el sábado para el hombre, no el hombre para el sábado.

Vox no es mi “ideal”. Vox es constitucionalista. Yo estoy convencido de que en la Constitución está el origen de muchos de los problemas que padece España.

Vox no es contrarrevolucionario. Ni siquiera es un partido católico. Yo rechazo el aconfesionalismo y quiero el reconocimiento político de la Soberanía de Cristo.

La ideología de Vox es, predominantemente, el liberalismo. Yo creo que todo liberalismo es pecado.

Por eso, si en unas próximas elecciones existiera la más mínima posibilidad para un partido patriota, contrarrevolucionario, católico y no constitucionalista de adquirir poder suficiente para poner en práctica todo o parte de su ideario, le votaría antes que a Vox.

Pero la realidad se impone. Hay que cambiarla, sí. Pero mientras ello no ocurre, la vida sigue, la Patria continúa rompiéndose, las almas de nuestros jóvenes, corrompiéndose y las vidas de los no nacidos y de los mayores, eliminadas. La seguridad de nuestras calles y nuestras casas cada vez menor. El paro aumenta, El dinero público se despilfarra. El social-comunismo amenaza con prohibir la legítima libertad política y religiosa.

En la hora presente Vox es el único partido político de los que se presentan a elecciones en España que, teniendo posibilidades de éxito, puede poner freno ahora mismo a la Revolución y aun hacerla retroceder.

El triunfo de Vox puede suponer la salvación de miles de cuerpos y almas. No todos los que querríamos, sin duda. Pero muchos más de los que se salvarían sin Vox. Los cuerpos de las víctimas de la actual ley del aborto y de la eutanasia. Las almas de los niños corrompidos por las ideologías de género, LGTB y feministas, entre otras.

Vox no va a restaurar la unidad católica de nuestra Patria. Pero va a defender la unidad territorial.

Vox no ilegalizará todos los partidos políticos, como muchos querríamos. Pero sí va a hacerlo con los separatistas. Y acaso con los comunistas. Como ocurre en otros lugares del mundo.

Vox no va a reivindicar la figura de Franco y su legislación pero va a derogar las leyes de memoria histórica y democrática para que, los que queramos, podamos hacerlo.

Votar a Vox no añade ningún mal a los ya existentes. No empeora nada. Por el contrario, va a mejorar la situación de España y de los españoles y va a hacer más fácil y más cercano mi objetivo político.

Además, votar a Vox no me supone ningún pacto, ninguna renuncia, ninguna transacción, ninguna componenda, nada que disminuya mi apostolado católico, patriótico y contrarrevolucionario. Al contrario. Votando a Vox, si gracias a ello llega a gobernar, voy a tener más libertad que ahora para realizar mi apostolado. Incluso para seguir criticando a Vox en lo que no esté de acuerdo con Vox.

El voto a un partido no es como un voto religioso. No me compromete a seguir votándole ni por un tiempo ni perpetuamente, ni a adherirme a todo su programa, ni a dejar de reprocharle lo que considere reprochable. No me compromete a nada. Es el partido el que, al recibir mi voto, se compromete a cumplir todos sus postulados políticos, entre los cuales se encuentran aquellos que me han animado a votarle. Mi voto no es cautivo del partido. El partido es cautivo de mi voto. Voto que seguiré prestándole si no me engaña y mientras no haya otro partido con mejores propuestas que Vox que pueda gobernar.

Mi voto a Vox no me impide seguir escribiendo a favor del Reinado Social de Jesucristo, participar como orador en homenajes públicos a Franco o pronunciar conferencias contra el liberalismo.

Es una apuesta en la que no tengo nada que perder, mientras que, no solo yo, sino mis compatriotas, mis hermanos en la fe y la causa de Dios tenemos mucho que ganar.

Vox no será el remedio que cura la enfermedad, pero es medicina que alivia los síntomas, detiene su agravamiento y mejora el estado de salud. Que nos ayuda a no ir a peor e incluso a mejorar y mantenernos con vida mientras no exista el fármaco que cura o no tengamos dinero suficiente para adquirirlo, en caso de que ya exista.

El triunfo de Vox, en el peor de los casos, nos concede tiempo y libertad para seguir haciendo apostolado de la contrarrevolución y procurar que algún día, con la ayuda de Dios, la sociedad esté preparada para aceptar y demandar opciones políticas plenamente católicas y contrarrevolucionarias. Mientras no exista una sociedad preparada, es decir, con mentalidad católica y patriótica contrarrevolucionaria, es inútil concurrir a unas elecciones con un ideario católico, patriótico, contrarrevolucionario. Del mismo modo que sería inútil querer pescar en un lago vacío de peces, por más veces que lancemos la caña y por muy bueno que sea el anzuelo. Si queremos llegar a pescar, primero hay que poblar el lago con peces.

A mi juicio, los patriotas católicos y contrarrevolucionarios debemos posponer toda pretensión electoral inmediata para volcar nuestro esfuerzo en la educación, en el combate cultural, en el homenaje a nuestros héroes y el recuerdo de nuestras gestas, en la formación de las conciencias. Por medio de actos públicos, mítines, conferencias, presentaciones de libros, campamentos, cursos de verano, redes sociales, etc. Y, mientras tanto, como diría José Antonio, votar sin fe y sin respeto por el régimen político vigente, pero votar lo menos malo o el mayor bien posible.


viernes, abril 16, 2021

¿Adoctrinar? Depende. ¿Pervertir y engañar? ¡Nunca!

El diccionario de la RAE define así la palabra adoctrinar: Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias.
Hay quienes consideran que la Escuela Pública no debe adoctrinar a los estudiantes.
En un Estado como el actual, laicista y partitocrático, carente de una ortodoxia pública acorde con el orden moral objetivo y a expensas de las distintas ideologías, más o menos perversas, de los partidos que se turnan en el poder, estoy de acuerdo. Lo mejor es que la Escuela Pública se limite a instruir a nuestros jóvenes en materias carentes de trasfondo moral o ideológico.
Pero el problema de fondo no es de adoctrinamiento o no. Muchos de los que defienden el no adoctrinamiento en la enseñanza pública cuando los gobiernos tratan de promover la ideología de género o cualquier otro tipo de perversión moral, seguramente estarán muy contentos cuando la Escuela Pública enseña a respetar los derechos humanos, amar la democracia y otras cosas por el estilo. Sin embargo, también esto es adoctrinar, es decir: inculcar ideas o creencias.
Lo grave no es adoctrinar, sino pervertir, corromper y engañar. Es decir, inculcar ideas o creencias que son malas o falsas.
Por eso yo sugeriría a los políticos y comunicadores que, más que proponer el no adoctrinamiento en la enseñanza pública propongan la no perversión y el no engaño.
Claro que ello conlleva no limitarse tan solo a defender la libertad individual para elegir o rechazar doctrinas, sino el reconocimiento del bien y de la verdad objetivos, de que por encima de la libertad están el bien y la verdad y de que cuando permitir la elección del mal y del error puede afectar gravemente al bien común de la sociedad y a la integridad física o moral de las personas víctimas de la perversión y el engaño, puede la comunidad política -y en algunos casos debe- limitar esa libertad, prohibir la perversidad y el error y preservar el bien y la verdad.

José María Permuy